24/01/2013 – Luna llena.
Se me ocurrió mirar al cielo a través del sucio vidrio del ventanal que tengo a mi derecha y descubrí que hay luna llena. «Luna llena», pensé, como si algo interesante estuviese a punto de pasar; esperé sentir la energía de sus rayos sobre mí, pero la verdad es que lo único que sentí fue un poco de calor al abrir la ventana y chocarme contra la brisa de la cálida noche.
«¿Qué hago escribiendo?»
La idea de largarme a la pileta con algunas palabras surgió de algo que está dando vueltas en mi cabeza desde hace un tiempo: ¿Qué sé hacer? El dilema radica en que, cada vez que prendo la tele o abro el muy querido Facebook, me encuentro con sujetos (masculinos y femeninos) que a la edad de 10, 12, 15 ó 25 años son capaces de tocar «All along the watchtower» de Hendrix con los ojos cerrados mientras comen un chicle de frambuesa. ¿Y yo? Por otro lado están los prodigios escritores, deportistas, dibujantes que le «enrostran» (diría un amigo, haciendo uso de un neologismo de lo más interesante) a uno sus aptitudes hiper-desarrolladas; como si hubiesen tomado un una ducha de rayos gama para despertar sus habilidades extraordinarias, dignas de ser mostradas al mundo.
Y una vez más me pregunto: ¿Y yo?
Hace un tiempo atrás leí sobre la «Teoría de las 10.000 horas». Para quienes no sepan en qué consiste, dejen que les comente brevemente para que, una vez finalizada la lectura, cada uno pueda sacar sus propias conclusiones con respecto al tiempo invertido a lo largo de sus años. Esta innovadora teoría sostiene que el tiempo que a un humano promedio (todos los Rain Man quedan automáticamente excluidos del post en este instante) le lleva alcanzar la maestría —el expertise— en algo es equivalente a 10.000 horas de estudio intensivo. Por medio de esta excusa teoría es posible explicar por qué el ya mencionado Jimi Hendrix fue capaz de hacer música prendiendo fuego una guitarra sin haber tocado jamás un instrumento musical, o por qué el maratonista Usain Bolt tiene la resistencia de una máquina, o por qué un pequeño Mozart logró tocar su primera sinfonía a los 4 años de edad mientras sus compañeritos jugaban a la mancha. Perseverancia señores —y señoritas—, perseverancia.
Ahora bien, dado que el exorbitante número de 10.000 hs da un poco de miedo cuando lo vemos por primera vez, voy a reducirlo a tres dígitos: 416… días. Este número es más agradable ¿no? La verdad es que no, sigue siendo aterrador. De sólo pensar que me tengo que pasar 416 días, que equivaldría aproximadamente a 14 meses, estudiando algo de corrido ya me da dolor de cabeza. Entonces me dirijo por el camino fácil, le dejo el camino largo y aburrido a Caperucita, que, como ya sabemos, va a encontrar su muerte más adelante, y me pregunto: ¿En qué invertí TANTO tiempo a lo largo de mi vida? Y la respuesta llega sola a mi cabeza, limpia, sin resto diurnos ni dudas metafísicas: en la computadora.
Sí, soy hijo de la revolución tecnológica de los 80’s, hijo de la Commodore 64, la ATARI, Nintendo, IBM, mi preciada computadora. Teniendo en cuenta que cuento con unos 25 inviernos en mi haber, que recibí mi primera Commodore a los 4 años y que desde entonces le he dedicado un promedio de 8 hs al día, eso me da un total de…61.280 hs., superando satisfactoriamente los requisitos mínimos de esta teoría.
Entonces, mientras que una gran masa humana, social y tal vez pensante —me permito el beneficio de la duda— desarrolla sus habilidades artísticas, yo me encargo de aumentar mi percepción, mi capacidad de interpretación de consignas, de mejorar mi comprensión de idiomas, de mantener activa mi memoria; todo eso sumado a que gracias a la lectura intensiva a lo largo de todos estos años he mejorado mi imaginación y he perfeccionado mi escritura. No seré Cervantes, Borges o Whitman, pero la pasta de escritor está; quizás un poco falta de horas, pero está.
A modo de cierre, antes de que se me termine esta noche de luna llena que, a fin de cuentas, sirvió de inspiración porque hasta hace quince minutos atrás no tenía nada que decir, sólo me resta decir unas palabras meramente formales. Dejen a los muchachos de Facebook, Twitter e Instagram ser felices demostrando públicamente sus habilidades artísticas extraordinarias y sobrehumanas, su capacidad de escribir poesía mientras están sentados en el trono de losa o sus aptitudes para los deportes y dedíquenle más tiempo a la computadora, los videojuegos y la lectura; está demostrado que en ningún otro lugar van a encontrar tantos beneficios como en esas tres actividades.A fin de cuentas ¿Para qué queremos broncearnos? De vez en cuando salen a dar una vuelta a la manzana, absorben vitamina D, vuelven y siguen perfeccionando sus skills. Recuerden que el tiempo es oro.
Algún día lograré tocar un FA en la guitarra, y ese día lo subiré a facebook para regodearme en su crapulencia.
Cambio y fuera.