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Archivos diarios: junio 8, 2012

Y ese teléfono que no suena.

Ya pasaron los últimos minutos de un día melancólico, un día sin nada, vacío desde donde se lo mire; un día de espera, un día menos. Mi reloj me dice que ya comenzó una nueva etapa en esta cuenta regresiva interminable y y sólo miro a ese teléfono que no suena. Hace minutos, nomás, Morrison le abrió la puerta a los cuatro jinetes que surcan esta tormenta que recién llega, pero que parece estar ahí desde hace eones y yo busco un refugio en la escritura para, como dijo el recién fallecido Bradbury, no morir. Me miento y busco consuelo en las letras cuando sé que el consuelo está en la acción; me encierro y me pierdo en un mar oscuro, denso, infinito, que me arrastra hacia las profundidades como si yo fuera un bloque de cemento incapaz que flotar.

Esta unánime noche, y acá le robo las palabras a Borges, se extiende desde ayer casi a la misma hora, una noche inexpugnable en la que no veo más luz que mis recuerdos; recuerdos que cada vez que los evoco me parten en alma en pedazos y me dejan a la buena de la fortuna; Dios, claramente, no juega ningún papel en esto. «No creo en esto» llegamos a decir con una presión en el pecho, con la voz ahogada sobre el colchón, con los ojos vidriosos y la mente en cualquier lado buscando felicidad. Esas palabras fueron acompañadas por un «Cuando te extrañe mucho, te voy a escribir: te extraño» y por una promesa absurda que me cuesta cumplir, que sabía que no iba a poder cumplir porque es más fuerte que yo, porque descubrí ser más débil aún. Tus palabras, tu mirada, y ese teléfono que no suena.

No fue hasta entrada la tarde de ayer que sentí el peso absoluto de la ausencia, ese abismo que se esconde dentro de mí, como dice Walter, y me impide cerrar la puerta. Fue entonces y no antes, quizá, porque lo intenté negar, me encerré y hundí mi mente en las distracciones, en los vicios a los que hacía meses no acudía, pero cuando crucé la puerta de la calle y me inserté en el mundo real me di cuenta del vacío absoluto que sentía. El mundo pareció venírseme abajo cuando mi mente comenzó a trabajar por cuenta propia, alejada de las presiones impuestas por mí; todos los recuerdos me abordaron en una esquina y desde entonces no me los pude sacar de encima. Caminé entre la gente y me sentí sólo una sombra de lo que alguna vez fui, los cruzaba, los atravesaba, me distanciaba a cada paso de todo eso que no me representaba en absoluto; fingí sonrisas, fingí saludos, pero no era difícil darse cuenta de mi farsa. No aguanté y volví para perderme de nuevo, para ocupar mi mente en otras cosas, pero me fue imposible.

Neil Young me hace pensar en ese «heart of gold» que en este preciso momento late por mí en un punto determinado del espacio, no demasiado lejos de acá, pero tampoco demasiado cerca. «No sacrifice, no victory» me dijiste y yo sigo pensando en «no pain, no gain», aunque a fin de cuentas sea un sacrificio. Yo estoy acá, pensando en todo esto, peleando contra mis demonios y, a mi lado, ese maldito teléfono que no suena.

 
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Publicado por en junio 8, 2012 en My mind